Frontera en tres dimensiones

Roma, 18 de febrero de 2018 – En términos globales, se acentúan las asimetrías nacionales, regionales o internacionales. Por todas partes se profundiza la brecha de los desequilibrios socioeconómicos. El pico de la pirámide social se aleja cada vez más de la base. La globalización de la economía trae embutida la concentración de renta y riqueza, por un lado, y la exclusión social, por el otro. Al mismo tiempo que una minoría privilegiada se beneficia de los bienes de la técnica, del progreso y del crecimiento, aumentan en proporción inversa la pobreza, la miseria y el hambre. Y, concluyendo el efecto dominó, aumenta igualmente la búsqueda de alternativas a través de las migraciones de masa.

Tales desplazamientos, sin embargo, pronto descubren que « en medio del camino tenía una piedra », para usar la expresión del poeta brasileño Carlos Drumond de Andrade. No una, sino muchas piedras! Una en cada frontera, o mejor, en cada dimensión de la frontera. En la frontera geográfica, territorial, marítima o física, tropiezan con la vigilancia de la policía federal y del servicio aduanero. En la frontera jurídico-política, son las leyes de la política migratoria que les barran el camino. En la frontera cultural-religiosa, se enfrentan a la discriminación y la hostilidad, la intransigencia y la xenofobia.

Muchos logran cruzar la frontera geográfica, a pesar de los muros que se multiplican. Pero, a falta de los documentos necesarios, no pueden ir más allá. Permanecen en el país de llegada a condición de irregulares o « clandestinos », con todo lo que eso significa para la supervivencia inmediata y el futuro. Otros, con la documentación en día, logran cruzar la frontera geográfica y política. Pronto, sin embargo, se dan cuenta de la dificultad de adaptación, sintiéndose extranjeros y extraños en el lugar de destino. Otros, además, tras cruzar las tres dimensiones de la frontera -física, política y cultural- experimentan el prejuicio y no raramente el razonamiento puro y simple. Se cierra la oportunidad de la ciudadanía.

De ello resulta que la intolerancia – ideológica, religiosa o cultural – constituye la frontera más difícil de superar. Una frontera que está en la mente, en el corazón y la cultura de no pocas personas, sectores y naciones enteras. Muro divisorio que cargamos dentro de nosotros, sea como habitantes de los lugares de acogida, sea incluso como migrantes. Es una barrera que, en mayor o menor grado, forma parte de la propia condición humana. Frontera que es construida no con bloques de cemento, soldados armados o alambre de púas, pero cosida a través de distintas lenguas e ideas, diferentes costumbres y modos de interpretar el mundo y la historia. Muro invisible y, por eso mismo, más difícil de superar. Aquí los grupos extremistas suelen apelar al concepto de raza o de nacionalismo, a fin de rechazar cualquier aproximación. Basta pensar en el avance del neo-fascismo y del nacionalismo populista de derecha en diversas partes del mundo.

Se trata de la frontera entre los de « dentro » y los de « fuera », « nosotros » y « ellos », « conocidos » y « desconocidos » « nacionales » y « extranjeros ». Peor aún cuando esa división viene templada y reforzada con el color de la piel o con una especie de moralismo excluyente, de corte ético-religioso y maniqueísta, tipo « buenos » y « malos ». Es entonces que los muros sustituyen a los puentes, el desencuentro toma el lugar del encuentro, el intercambio termina siendo abortado antes de nacer, las puertas se cierran una a una, el aislamiento degenera en comportamiento hostil … Se da origen y amplio espacio a la « cultura de la indiferencia », en la expresión del Papa Francisco.

En contra de la globalización política y económica, se verifica una restricción creciente a las vías legales de migración. Cerrada la puerta delantera, los migrantes forzaron la puerta de atrás. Es decir, presionan en masa sobre la frontera física, geográfica, territorial o marítima. De ello se deriva no sólo un aumento de las migraciones denominadas irregulares, sino también una mayor visibilidad de los flujos migratorios. El desafío está en gestionar tales desplazamientos de forma, digamos, humanitaria. Gestión que deben tener en cuenta los países de origen, de tránsito y de destino. Es innecesario insistir en que semejante gestión pasa necesariamente por la lucha contra la desigualdad socioeconómica, la defensa de los derechos humanos, la creación de puestos de trabajo y, al final de la línea, una distribución de ingresos más justa y equitativa. Las asimetrías que dividen países, regiones y el planeta en su conjunto, mezclados y acrecentados por la violencia y la guerra, se encuentran en la raíz de los movimientos forzados de millones y millones de personas.

P. Alfredo J. Gonçalves, cs