Un grito ahogado desde Catatumbo, Colombia

Somos migrantes forzadas, con el agravante de haber sido desplazadas de nuestras raíces en nuestro propio hogar. Pero respóndannos: ¿Aún hay hogar para un desplazado? ¿Y el Catatumbo volverá a ser nuestra tierra?

Esa es la pregunta que hacemos en voz alta, desde el exilio, donde escuchamos las botas de quienes nos han exiliado a punta de pistola y siguen persiguiéndonos en la sierra, en la selva, en las ciudades fronterizas que nos han acogido. Somos mujeres y madres, a quienes nos han robado toda dignidad, hasta el punto de asfixiar la ilusión de soñar que nuestro hijo vuelva a ser fruto de la Madre Tierra y campesino servidor de la misma.

No podemos mostrarnos en público, porque llevan nuestras fotos, tienen nuestros nombres y apodos y parecen perros de caza que nos husmean con el odio de sus dueños. Cualquiera que se asome al albergue que nos ha acogido podría ser un emisario de la guerrilla, un infiltrado que nos identifica y nos delata. Sentimos que han puesto un premio sobre nuestras cabezas, un premio para matarnos.