Aquarius en segunda edición

Roma, 16 de agosto de 2018 – Aquarius es nuevamente noticia: se encuentra otra vez a la deriva en medio de las olas del mar Mediterráneo. El barco pertenece a la organización no gubernamental francesa SOS Mediterranee, pero exhibe bandera de Gibraltar (territorio británico en el extremo sur de la Península Ibérica). Después de que otras cuatro naves hubieran negado socorro a pequeñas embarcaciones y en precarias condiciones de navegación, Aquarius rescató el último fin de semana (9 y 10 de agosto) 141 migrantes provenientes de Túnez, 60 de los cuales son menores. Ahora llama a los países de Europa, pero todos cierran los ojos y los oídos, negándose a recibirlos. ¡El barco permanece en las vecindades de Malta!

El ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, afirmó que el barco “puede ir a donde quiera, menos para Italia. ¿Por qué no se dirige a Francia o a Inglaterra, de donde es originaria o trae la bandera?” Desde enero de 2018 hasta ahora, más de 60.000 migrantes procedentes de África desembarcaron en Europa. A diferencia de los años anteriores, sin embargo, gran parte de estos desembarques se produjeron en territorio español (cerca de 27 mil) y no tanto en Italia o Grecia como era costumbre. En julio de 2018, mientras que la llegada a Italia disminuyó en un 81%, en España aumentó en un 100%. Con el cambio del gobierno italiano, y su política anti-migratoria, los puertos dispuestos a la acogida se desplazaron. Por fin, casi una semana después, España logró un acuerdo con otros 5 países de Europa dispuestos a recibir a los inmigrantes.

Frente a lo que las autoridades, la opinión pública y los mass media llaman “crisis migratoria” o “crisis humanitaria”, los miembros de la Unión Europea siguen indiferentes, divididos y blindados. No saben qué hacer. O mejor, cada país se regula según sus propios intereses. Presionados por buena parte de la población – que insiste en actitudes nacionalistas, intolerantes y racistas – las naciones se esconden tras una serie de puntos suspensivos. El viejo continente ignora al mismo tiempo tres piedras angulares que están en la base de su edificio histórico y cultural. La primera de ellas es el valor del hospedaje y de la acogida, que puede ser repescada en el mundo antiguo (por ejemplo, Homero, Virgilio, Abraham), así como en los orígenes del cristianismo (comunidad = oikos = casa). De acuerdo con los historiadores, en el siglo que va de 1820 a 1920, debido a las turbulencias de la Revolución Industrial, entre 60 y 70 millones de trabajadores, primeros migrantes que venían del campo a la zona urbana, después emigrantes en la travesía por los océanos, tuvieron que dejar Europa. Sólo de la Península italiana salieron más de 27 millones de personas. Estos emigrantes fueron recibidos en Estados Unidos y Canadá, en Brasil, Argentina, Chile y Colombia, en Australia y Nueva Zelanda … donde, además de hacer fortuna, contribuyeron decisivamente al destino de esos países.

La segunda piedra angular de Europa representa la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Derecho a la vida, a la salud, a la escuela; derecho al trabajo, a una familia y a un techo protector. Derecho de ir y venir, correspondiente al derecho de quedarse; derecho de constituirse como ciudadano de una patria. Derecho de expresión y de organización; derecho de reposo y ocio; pero también derecho de conjugarse con otros pueblos, sumando y multiplicando los saberes, en vista de una humanidad siempre más rica y plural en su patrimonio cultural y religioso. De ahí la tendencia natural a intercambiar la técnica, el progreso, los diversos productos y las diversas formas de desarrollo. Intercambio que puede llevar a conflictos, sin duda, pero que trae incorporada la posibilidad de la paz mundial.

La tercera piedra angular, aunque comporte una serie de ambigüedades y contradicciones, no puede dejarse de lado. Se trata de las riquezas naturales de las ex colonias, sobre las cuales los países europeos han ejercido por décadas o siglos su dominio. No sólo madera, mineral, frutos, especias, y demás productos de la tierra, sino también seres humanos como mano de obra esclava. Miles y millones atravesaron el Atlántico para trabajar en las tierras del nuevo continente. Y entre los que dejaron las costas africanas, cuántos llegaron al otro lado y cuántos quedaron para siempre sepultados en las aguas del gran océano! Si hoy el Mediterráneo se considera como cementerio de migrantes, siglos atrás el Atlántico lo era de los esclavos. Migrantes y esclavos, esclavos y migrantes – binomio que la historia insiste en conjugar en la misma tonalidad.

 

P. Alfredo J. Gonçalves, cs