Xenofobia

Roma, septiembre 20 de 2018 – El miedo es uno de los sentimientos más reservados y que más se esconden. Pero, al mismo tiempo, es también uno de los que más se comparte. Esta aparente paradoja es de fácil entendimiento: tenemos miedos estrictamente personales, íntimos, ocultos, cerrados, sepultados en el fondo de nuestras entrañas; y tenemos miedos colectivos, que involucra a una familia, un determinado grupo humano, una comunidad e incluso toda una sociedad. La «fobia» – palabra que deriva del griego phóbos – representa un miedo mixto. Tiene un lado personal, una especie de pánico persistente, a veces silencioso, irracional y patológico… Pero puede contagiar a todo un pueblo, una nación, una ciudad, una cultura, contra una etnia específica, personas de otro color, sexo y religión. Cuando la pretendida amenaza se desarrolla en virtud del temor «al otro, al extranjero, al diferente», se trata, en ambos casos, de la xenofobia. El extraño y desconocido, de la misma forma que una novedad inusitada, inspira un miedo no raro pero oscuro, absurdo y desproporcionado. 

En otros términos, todo lo que es «nuevo» asusta, porque huye al comportamiento rutinario y cotidiano, a las respuestas programadas, a la actitud habitual. El «otro» adquiere la función de espejo: rompe con toda clase de máscara, revela la desnudez de la propia fragilidad e impotencia. De ahí el temor ante posibles riesgos, previsibles o imprevistos. El peligro golpea a la puerta y provoca pánico. Se hace necesario construir muros visibles o invisibles en vista de la autodefensa. Y tal defensa, a su vez, frecuentemente se convierte en ataque y persecución, en intolerancia y discriminación, en violencia o abierta persecución. Resulta que el miedo se distancia poco de las formas extremas de neonazis y neofascismo. Se instala la división entre «nosotros» y «ellos», o entre los de «dentro» y los de «fuera». Desde el punto de vista cultural y religioso, la frontera divide, por una parte, a los que hablan nuestra lengua, siguen nuestras costumbres y se guían por nuestros valores y, por otra, los extracomunitarios. Desde el punto de vista socioeconómico, los extranjeros son aquellos que amenazan nuestro empleo, nuestra familia e hijos, nuestra paz y nuestro futuro. Políticamente, se apela al discurso de la propia seguridad nacional y la paz.

En este momento, el escenario adquiere formas concretas de tensión, conflicto, intransigencia y rechazo. Cuando el miedo se expande y se vuelve generalizado entre amplios sectores de la población, se genera un contexto propicio a la multiplicación de fortalezas, donde corazones, puertas y fronteras son cuidadosas y herméticamente cerradas. Cada persona o familia se protege detrás de los propios muros. Parte de los medios de comunicación, como verdaderos buitres, se separan la sensación de mal agüero. Pero el miedo puede ser también sofocado, silenciado, disimulado y reprimido. El silencio se convierte en mutismo de una agresividad represada a un costo. Las miradas oblicuas y las palabras envenenadas cruzan los aires. La socia reviste la forma de un cementerio de la esperanza, donde los vivos se equivocan como fantasmas asustados y espeluznantes.

Lo peor de todo cuando el miedo es instrumentalizado por las autoridades de un país, por las campañas electorales y por la práctica política en general. Si las crisis históricas son fuente de miedo, amenaza y peligro, semejante contexto se convierte en cimiento para el autoritarismo o totalitarismo, combustible de las dictaduras y de los tiranos. El miedo se transforma en arma populista contra las bases populares. Los sectores de extrema derecha, con la bandera de un nacionalismo exacerbado, saben cómo manipular el miedo, dirigiéndolo contra un cierto objetivo –un chivo expiatorio– que pueden ser los bárbaros y salvajes, los locos y vagabundos, las brujas, los judíos y musulmanes… O, en los tiempos que corren, los migrantes, los refugiados y los perseguidos. En su modo de ver, son éstos que atraviesan desiertos y mares, cruzan todas las fronteras, invaden nuestra sociedad, amenazan el orden, ignoran nuestros valores más profundos, fruto lento y arduo de «siglos de civilización».

El miedo xenofóbico, sin embargo, puede ser dominado. El jardinero, al cultivar las flores, tiene el cuidado de eliminar las malas hierbas y las espinas nocivas. Los miedos son como tumores malignos: pueden ser analizados, radiografiados, disecados y sometidos al bisturí. Este rasga el tejido no para exponerlo a las miradas ajenas, sino para curarlo. Dominados y controlados, los miedos se transfiguran en fuente de esperanza, sueños y construcción de alternativas. Entra aquí el papel de las autoridades, de los organismos internacionales, de las Iglesias, de las organizaciones no gubernamentales, de las entidades y movimientos populares…

P. Alfredo J. Gonçalves, cs